Consiste en dedicar una parte de tus vacaciones de verano a zambullirse en una experiencia transformadora, tanto para tí como para la realidad en la que vas a estar inmerso.
Para que una experiencia de este tipo sea completa debe tener en cuenta estas tres dimensiones:
1.- ACCIÓN/SERVICIO: Nos sumamos a la dinámica de trabajo
de una institución (asociación, orden religiosa…). Y lo hacemos en clave de
servicio. Trabajaremos con personas en situación de necesidad (ancianos, niños
con escasos recursos, personas con discapacidad). Trabajaremos con los
“últimos”. Ellos son los elegidos de Dios. Dedicaremos las mañanas a estas
tareas.
2.- FORMACIÓN: No basta con querer hacer el bien.
Hay que hacerlo bien. Y hay que conocer bien a la institución con la que vamos
a trabajar. Y hay que reflexionar sobre las causas que generan ruptura o
exclusión. No queremos sólo “tapar parches”. Por las tardes dedicaremos un par
de horas a esta pieza del puzzle.
3.- INTERIORIDAD: Queremos convertir una “vivencia” en
una “experiencia”. En algo que nos mueva vitalmente, nos cambie la mirada y nos
resitúe. Y para eso hay que pasar la vivencia por el filtro del YO más
profundo. No desde el cerebro, si no desde el corazón. Para los que creemos,
este es el momento de poner en juego nuestra fe. Habrá momentos de oración y momentos
de reflexión. Al despertarnos tomaremos conciencia de dónde estamos y antes de
acostarnos compartiremos cómo nos estamos sintiendo y cómo nos está moviendo lo
vivido.
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